sábado, 23 de febrero de 2013

APODOS



LAS MUJERES DE LOS DOMINGOS [Título sugerido por Sonsoles Callejo]
Y después de hacer todo lo que hacen se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

Amor 77 de Julio Cortázar

COMPRO SOGA PARA PUENTING [Título sugerido por Beatriz S. Tajadura] y LIBERTAD [Título sugerido por Santiago González- Barros]
Harta de seguir las órdenes de su dueño, éste le concedió su tan ansiado deseo y le cortó los hijos dejándola libre para siempre. Desde entonces, apenada, la marioneta sigue abandonada en una estantería, mientras busca una cuerda con la que poder suicidarse.


Libertad de Daniel Sánchez Bonet

PIRÓMANO [Título sugerido por Fernando Martínez]

¿Quieres soplarme en este ojo? -me dijo ella-. Algo se me metió en él que me molesta. Le soplé en el ojo y vi su pupila encenderse como una brasa que acechara entre cenizas.

Ardiente, José de la Colina


PRUDENCIA [Título sugerido por Stéfano Straulio]

Nunca puso un adjetivo de más. No cayó en el psicologismo ni en el panfleto. No cultivó la literatura pasatista pero tampoco militó en el experimentalismo. No fue solemne ni cursi ni pretencioso ni meramente sarcástico. Jamás escribió una línea.



El prosista irreprochable, Fabián Vique



*Los títulos sugeridos son producto de un ejercicio realizado en el transcurso de la 2ª sesión del Taller de Escritura Creativa II. 

TRES COMIENZOS PARA UNA MISMA HISTORIA.



POR EL MOMENTO ELEGIDO PARA ARRANCAR: 


Aldo Coscia se tropezó con los escalones al subir al estrado tras haber jurado sobre una Biblia vieja. Se repuso rápidamente mientras se recolocaba por tercera vez la corbata. Luego se pasó disimuladamente un dedo sobre un párpado cansado, y fingió acomodarse en la silla al tiempo que se acercaba el abogado defensor. Nervioso, saltó de rostro en rostro reunido en aquella sala, rezando para que no hubiese asistido ninguno de ellos. Pero allí estaban. Se recordó a sí mismo qué era exactamente lo que no tenía que decir, y aguardó a que se reanudasen los flashes de las cámaras y que el abogado reiniciase el interrogatorio.

MARÍA SEGURA USÚA


El golpeteo de sus propios pasos sobre el mármol aturdía la mente vagabunda de un joven agente de policía. Aldo Coscia pareció despertar ante una multitud seria que vociferaba desde sus bancadas. Encontró su mano derecha, sin pensarlo, apoyada sobre la Biblia. Frente a él, su jefe en el banquillo de acusados que lo miraba diciendo: “Lo que habíamos acordado, cabrón”. Aldo Coscia bostezó y el juez abrió la sesión.


VÍCTOR PEREIRA SÁNCHEZ


POR FUERZA EXPRESIVA:


Cuando eres policía hay veces que tienes que tragar. La corrupción es algo más que un tópico. Si preguntas, te joden. Si hablas, te joden. Si señalas, puedes darte por muerto. Llega el momento en que ten ven cara de pringado y te ofrecen protección a cambio de que delates a tu jefe. Si lo aceptas, estás jodido. Si lo rechazas, estás jodido. Pero calro, hay que elegir, y si te cae tu jefe caen todos con él y eso conlleva cabrear a mucha gente. Tú tienes que elegir, y eso supone insomnio, visita a un psicólogo de treinta euros la hora y pastillas para dormir. Debí hacer caso a mi padre y estudiar medicina. 


ALEJANDRO GALVÁN PADILLA

*Los textos son producto de un ejercicio realizado en el transcurso de la segunda sesión del Taller de Escritura Creativa II.

miércoles, 20 de febrero de 2013

OCURRENCIAS VI



De todas formas, lo importante no es la memoria, la experiencia que se recuerda, sino la forma de entender eso que se recuerda. Para mí, ésa es la clave: cómo se entiende, con qué teoría se “recoge” el recuerdo. Por poner un ejemplo cercano, pude escribir Obabakoak porque el estereotipo folklorizante con el que se explicada el mundo en que yo había nacido me resultaba, además de trivial, absolutamente inexacto. Lo que se decía en los periódicos o en los documentales sobre los haizkolari, por ejemplo no coincidía con lo que yo sentía al ver que el filo del hacha golpeaba a unos pocos milímetros del pie desnudo del deportista.

Bernardo Atxaga, en El destino de la literatura, p. 43.