martes, 10 de enero de 2012

CAJÓN DESASTRE TRAS NAVIDADES

1. Leo en El cultural del 9 de diciembre:
Corrían los años ochenta y Fred escribía sin parar. Aunque sólo durante tres semanas al año. Las tres semanas de vacaciones. Su primera novela se tituló Los juegos del amor y de la muerte y la publicó en 1986 en la pequeña editorial que se resiste a abandonar (Viviane Hamy). Fred tenía 29 años y tres pilares, la filosofía de Rousseau, los endiablados (y a menudo heridos) personajes de Hemingway y la calma literaria de Marcel Proust, sus tres maestros. De aquella primera historia vendió 1500 ejemplares. […] Hoy, 25 años después de aquel primer disparo, con más de cinco millones de libros vendidos y dos series en marcha […], la hija de Audoin se dedica básicamente a escribir (hace siete años que pidió una excedencia del Centro de Investigación Nacional).
Y me emociono, aunque no dispongo de tres semanas de vacaciones en las que poder dedicarme exclusivamente a la escritura, como Fred Vargas.
2. Hoy mismo he leído un texto fabuloso sobre la influencia de la que ya se ha hablado en el blog.
Escribir es aquello que, como el eros, hace oscilar y vuelve porosos los límites del yo. Todo estilo se forma por sucesivas campañas —con pelotones de incursores o con ejércitos enteros— en territorio ajeno.
La cita es de Roberto Calasso en la página 17 de La Folie Baudelaire (Anagrama, Barcelona, septiembre del 2011). Y da un ejemplo fabuloso de influencia:
Existe además otro caso: “lo Bello no es más que la promesa de felicidad”. Baudelaire debía de tener en mucha estima estas palabras, que son una variación de Stendhal, dado que las cita tres veces en sus escritos. Las había encontrado en De l’amour, libro que hasta entonces circulaba entre una minoría de los happy few. Stendhal no se refería al arte, sino a la belleza femenina. […] Son las cinco de la mañana y Stendhal sale, todavía encantado, de un baile de la sociedad de comerciantes de Milán. Anota: “Nunca en mi vida había visto una reunión de mujeres tan bellas; su belleza hace bajar la mirada. Para un francés, ésta tiene un carácter noble y sombrío que hace pensar en la felicidad de las pasiones mucho más que en los placeres pasajeros de una galantería vivaz y alegre. La belleza es siempre, me parece, una promesa de felicidad”. […] Baudelaire no puede contenerse de inervarle un pensamiento, operando un desplazamiento decisivo: desvía las palabras de Stendhal hacia el arte y, en lugar de “belleza” habla de “lo bello”.
3. Leo también en El cultural, esta vez del 16 de diciembre, el artículo Residencias para artistas. ¿Dónde, cómo, por qué?, y empiezo a imaginar no una residencia —eso sería soñar— sino un Taller físico para nuestro Taller, un lugar donde podamos escribir lejos de la soledad de nuestros cuartos, un espacio del que colgar palabras, en el que reunirse espontáneamente y sin horarios, con todo el material para escribir, un lugar al que vayamos con mono dispuestos a salpicarnos unos a otros con ideas.