lunes, 30 de enero de 2012

LECCIONES DE EDITH WHARTON

La verdadera originalidad no busca una nueva forma, sino una nueva visión. Esa visión nueva, personal, se logra solo mirando al objeto representado durante el tiempo suficiente para que el escritor lo haga suyo; y la mente que llevaría a este germen secreto a dar su fruto debe estar en condiciones de alimentarlo con una riqueza de conocimiento acumulado, y con su experiencia. Para saber cualquier cosa uno no debe limitarse a conocer algo de mucha gente sino, como apuntó hace ya tiempo Matthew Arnold, debe saber de un sujeto cercano mucho más de lo que cualquier representación parcial de este muestra a la vista.
pp.33-34
 

Una de las principales obligaciones del relato es proporcionar al lector una sensación inmediata de seguridad. Cada frase deberá ser una señal y nunca (a menos que sea intencionado) una señal de las que confunden: el lector debe sentir que puede confiarse en su guía. Y una vez ganada la confianza del lector, le podremos llevar hasta las aventuras más increíbles, como nos muestran  Las mil y una noches. Un sabio crítico dijo una vez: “Podréis pedir a vuestras lectores que se crean todo lo que sois capaces de hacerles creer” (Edward L. Burlingame). […] El más insignificante toque de irrelevancia, la más mínima falta de concentración bastará para deshacer el hechizo de inmediato […]. El momento en que el lector pierde la fe en la seguridad de los pasos del autor, se abre el abismo de la improbabilidad.
[…]
Cuando ya se ha ganado la confianza del lector, la siguiente regla del juego es evitar que se distraiga, que su atención se disperse. Muchas historias que pretenden ser de terror resultan inocuas a causa de la enorme acumulación y variedad de atrocidades que contienen. Sobre todo porque, si se multiplican, deberían ser acumulativos y no dispersos. Pero, en general, cuantos menos, mejor: una vez presentado el horror preliminar, se trata de pulsar la misma cuerda —o el mismo nervio— y así se obra el milagro. Una repetición silenciosa desgasta más que varios asaltos distintos: lo esperado es mucho más temible que lo imprevisto.
pp.46-47
 
Se ha dicho a veces que “un buen tema”, en un relato, debería poder expandirse y dar lugar a una novela. Este principio puede defenderse en algunos casos, pero en otros puede dar lugar a equívocos porque no puede tomarse como una teoría definitiva. Cualquier “tema” (en el sentido que el novelista le da al término) debe contener, necesariamente, sus propias dimensiones. Y uno de los dones primordiales del escritor de ficción es el de discernir si ese tema que se presenta ante él, rogándole que lo materialice, se ajusta más a las proporciones de un relato breve o a lasa de una novela. Si se adapta a ambas, lo más probable es que no sea adecuada para ninguno.
p. 49