Pero, cuidado, la ficción enmarcada en
acontecimientos históricos (¿es esta una perífrasis eufemística?) es
asunto muy serio, pues es fruto de una imaginación disciplinada. En la
ficción enmarcada en acontecimientos históricos (¡qué molesto es el
lenguaje teóricamente correcto!) la verosimilitud no depende únicamente
de la coherencia del texto, sino también, e incluso más, de su fidelidad
al pasado histórico, a los datos
historiográficos. Para lograr esta fidelidad el escritor ha de
documentarse bien, esta es la disciplina a la que tenemos que someter
nuestra imaginación.
Recordad que cualquier gazapo es capaz de romper la magia del pacto de lectura.
Pero hay alternativa, no os asustéis. Frente a la ficción enmarcada en
acontecimientos históricos (¿cómo evitar el circunloquio sin provocar
una discusión de crítica literaria?) el escritor tiene en verdad dos
opciones:
Opción A: volverse historiador, y agudizar el detalle histórico.
Opción B: volverse vidente, y agudizar la generalidad del relato.
sábado, 19 de enero de 2013
viernes, 18 de enero de 2013
Cuando el final ya está escrito.
[…] Pero el novelista histórico toma los ingredientes que le son
útiles de la poesía y de la historia. De la segunda recoge la sugestión de un
viaje al pasado colectivo, que es un peculiar modo de exotismo, pero también la
poderosa impresión de volver a contar un destino que se ha cumplido: el lector
de un relato histórico sobre Juana de Arco sabe, de sobra, que su heroína
morirá en la hoguera y el que aborde una novela cuyos protagonistas sean
caballeros templarios conoce que su final será forzosamente poco halagüeño,
como lo sabe el que perciba que una parte de sus personajes predilectos se han
embarcado en un barco que se llama Titanic. […]
De algún modo, pues, la novela histórica hereda las convenciones de la
tragedia: sus habitantes están en libertad provisional hasta que sobre ellos se
cierna el final inexorable, el que ya está escrito.
José-Carlos Mainer, La escritura desatada, Temas de hoy,
Madrid, 2002, p. 225.
jueves, 17 de enero de 2013
La Historia, esa dramaturga.
Ningún artista es durante las
veinticuatro horas de su jornada diaria ininterrumpidamente artista. Todo lo
que de esencial, todo lo que de duradero consigue, se da siempre en los pocos y
extraordinarios momentos de inspiración. Y lo mismo ocurre en la Historia, a la que admiramos como la poetisa
y la narradora más grande de todos los tiempos, pero que en modo alguno es una
creadora constante. También en "ese misterioso taller de Dios", como
respetuosamente llamara Goethe a la Historia, gran parta de lo que ocurre es
indiferente y trivial [...] En ningún caso se ha procurado decolorar o
intensificar las verdad de los acontecimientos externos o internos recurriendo
a la propia invención, pues en esos instantes sublimes que la Historia
configura a la perfección, no es necesario que ninguna mano acuda en su ayuda.
Allí donde ella impera como poetisa, como dramaturga, ningún escritor tiene
derecho a intentar superarla".
Stefan Zweig, “Prólogo” a la fabulosa Momentos estelares de la humanidad,
Stefan Zweig, “Prólogo” a la fabulosa Momentos estelares de la humanidad,
Acantilado,
Barcelona, 2006.
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