sábado, 19 de enero de 2013

Imaginación disciplinada o vocación universal.

Pero, cuidado, la ficción enmarcada en acontecimientos históricos (¿es esta una perífrasis eufemística?) es asunto muy serio, pues es fruto de una imaginación disciplinada. En la ficción enmarcada en acontecimientos históricos (¡qué molesto es el lenguaje teóricamente correcto!) la verosimilitud no depende únicamente de la coherencia del texto, sino también, e incluso más, de su fidelidad al pasado histórico, a los datos historiográficos. Para lograr esta fidelidad el escritor ha de documentarse bien, esta es la disciplina a la que tenemos que someter nuestra imaginación.

Recordad que cualquier gazapo es capaz de romper la magia del pacto de lectura.

Pero hay alternativa, no os asustéis. Frente a la ficción enmarcada en acontecimientos históricos (¿cómo evitar el circunloquio sin provocar una discusión de crítica literaria?) el escritor tiene en verdad dos opciones:

Opción A: volverse historiador, y agudizar el detalle histórico.

Opción B: volverse vidente, y agudizar la generalidad del relato.

viernes, 18 de enero de 2013

Cuando el final ya está escrito.



[…] Pero el novelista histórico toma los ingredientes que le son útiles de la poesía y de la historia. De la segunda recoge la sugestión de un viaje al pasado colectivo, que es un peculiar modo de exotismo, pero también la poderosa impresión de volver a contar un destino que se ha cumplido: el lector de un relato histórico sobre Juana de Arco sabe, de sobra, que su heroína morirá en la hoguera y el que aborde una novela cuyos protagonistas sean caballeros templarios conoce que su final será forzosamente poco halagüeño, como lo sabe el que perciba que una parte de sus personajes predilectos se han embarcado en un barco que se llama Titanic. […]
De algún modo, pues, la novela histórica hereda las convenciones de la tragedia: sus habitantes están en libertad provisional hasta que sobre ellos se cierna el final inexorable, el que ya está escrito. 
José-Carlos Mainer, La escritura desatada, Temas de hoy, Madrid, 2002, p. 225.

jueves, 17 de enero de 2013

La Historia, esa dramaturga.



      Ningún artista es durante las veinticuatro horas de su jornada diaria ininterrumpidamente artista. Todo lo que de esencial, todo lo que de duradero consigue, se da siempre en los pocos y extraordinarios momentos de inspiración. Y lo mismo ocurre en la Historia, a la que admiramos como la poetisa y la narradora más grande de todos los tiempos, pero que en modo alguno es una creadora constante. También en "ese misterioso taller de Dios", como respetuosamente llamara Goethe a la Historia, gran parta de lo que ocurre es indiferente y trivial [...] En ningún caso se ha procurado decolorar o intensificar las verdad de los acontecimientos externos o internos recurriendo a la propia invención, pues en esos instantes sublimes que la Historia configura a la perfección, no es necesario que ninguna mano acuda en su ayuda. Allí donde ella impera como poetisa, como dramaturga, ningún escritor tiene derecho a intentar superarla".

Stefan Zweig, “Prólogo” a la fabulosa Momentos estelares de la humanidad,  
Acantilado, Barcelona, 2006.