jueves, 2 de mayo de 2013

UN YOGUR, BIOY, BORGES, O CUANDO LA REALIDAD SUPERA A HONORIO BUSTOS DOMECQ.



Borges, hablemos de su amigo Bioy Casares.
—La amistad no sé si es una virtud o un privilegio. En todo caso es una de las formas, persistente más perfectas de la felicidad. La amistad con Bioy Casares sólo me ha deparado una felicidad sin sobresaltos, persistente. He compartido con él infinita conversaciones, su casa de Buenos Aires, su casa de Mar del Plata, alguna vez el viejo caserón del campo, en Pardo. Hemos leído juntos, compartido la escritura de varios libros, hemos inventado también juntos. Tengo que decir que he aprendido de mi padre y de mi madre, y de Bioy sin duda. Yo he sido ayudado, muy ayudado en momentos de desdicha por él.
¿Cómo empezaron a practicar el arte tan difícil de la escritura a dúo?
—Sucedió casi sin darnos cuenta. No nos hacía falta ni disciplina ni esfuerzo. Cuando uno juega, juega. Y con Bioy jugábamos.
¿Y el primer texto que los reunió en una escritura?
—Más que un texto nos reunió la discreta generosidad de Bioy. Y el frío también. Estábamos en el campo, en Pardo, en pleno invierno, y allí Bioy me invitó a escribir un folleto aleccionador sobre el yogur de La Martona. Era un texto por encargo, muy bien pago. Bioy estaba en situación holgada, yo no. Él se declaró incompetente para realizar la tarea solo y me invitó a compartirla. En realidad, su presunta incompetencia era una forma de expresar su generosidad: quería que yo me ganara unos pesos que mucha falta me hacían. Acepté.

[…]
Borges me contó que la primera experiencia de escritura que hicieron juntos usted y él fue un folleto sobre un yogur. Fue realmente así o se trata de otro de los chistes que solía mandarse Borges?
—La pura verdad. Mi tío Miguel Casares me pidió que escribiera un texto para el yogur de La Martona. Lo pagaban muy bien y le propuse a Borges hacerlo juntos. Nos encontramos para eso en una casa de Pardo, o más bien en los restos de una casa en estado lamentable. Cerca del fuego tomábamos cacao tan espeso como el yogur que enaltecíamos en nuestras páginas. Fue por esos días que empezamos a comentarnos la posibilidad de hacer cuentos juntos. El ensayo sobre el yogur nos aproximó, digamos… En aquellos días yo cultivaba los ensayos promocionales. Recuerdo haber escrito uno sobre las virtudes del huevo en la alimentación humana. En una parte advertía, eso sí, que los que padecían del hígado no convenía que comieran más de una docena de huevos diarios… Tal ves con esto yo estaba aproximándome a la ciencia ficción.
Podríamos decir que el elogio del yogur sirvió de puente para legar a las ficciones de Bustos Domecq.
—Sí, podríamos así decirlo. Con esa monografía publicitaria del yogur me parece que nos sacamos de encima nuestra manera tan insufrible de escribir. Empezamos, por lo menos.

Rodolfo Braceli, Borges-Bioy. Confesiones, confesiones, Sudamericana, Buenos Aires, 1997, pp. 45-47.

TRAICIONES QUE SON LUMINOSAS.





De un lado, tenemos a Kafka y Max Brod, que protagonizaron una de las amistades literarias más sonadas. Se vieron las caras por primera vez cuando Kafka asistió a una conferencia que dictaba un tal Max Brod sobre Schopenhauer; allí nació una fraternidad que traspasaría los límites de la muerte. Brod se convirtió pronto en espejo de Kafka, en su acicate, en el compañero que lo espoleaba y animaba a publicar, hasta el punto de que, después de la muerte de Kafka, y aunque este le rogó que quemase todos sus manuscritos, los conservó y los llevó a la imprenta. Brod, como le había ocurrido a Boscán con Garcilaso, quedó a la sombra de Kafka, pero ha pasado a la historia como su biógrafo oficial, su albacea literario y amigo incondicional. 

Esteban, A. y Gallego, A., De Gabo a Mario, Espasa, Madrid, 2009, p. 105.