lunes, 5 de noviembre de 2012

Tradición de Don Juan



Escribo a escasos minutos de haberlo asumido —tras el consabido suspiro—, también a escasos minutos de haber cenado —quizás sea por esto, el suspiro—. Lo asumo: es muy difícil hablar brevemente y con rigor del donjuanismo. Por ejemplo, yo creía que Don Juan era un invento de Tirso de Molina, y me equivocaba, y explicar el equívoco llevaría muchas palabras (leed “Sobre los orígenes del Convidado de piedra” de Menéndez Pidal, en Estudios literarios, Espasa-Calpe, Madrid, 1973).
Si no podemos apelar a un origen artístico inédito sólo queda estudiar sus recreaciones, pero éstas son tantas que abruman: la editorial Laffont publicó en 1999 un Dictionnaire de Don Juan bajo la dirección del prestigioso comparatista Pierre Brunel; y la editorial Cátedra publicó en 1998 un conjunto de estudios que abarca sólo un siglo XX inconcluso de versiones cinematográficas y literarias españolas en ¡538 páginas! Por supuesto, son sólo dos ejemplos. Aquí va un tercero:




Escuchando estos ecos fabulosos de la obra de Tirso es tentador decir que Don Juan es un mito literario, pero no creo que lo sea, le falta enjundia: será por aquellos orígenes folclóricos de los que habla Menéndez-Pidal, que Don Juan aparece siempre como un personaje gastado, de mano en mano.
Don Juan es una tradición, es un personaje tradicional, que forma parte de nuestro imaginario colectivo, ese que se construyó sin merchandising y que estamos por ello a punto de perder (lo he comprobado en alumnos de entre 14 y 17 años). Don Juan es símbolo, es bandera, ¿de qué?: de libertad, de seducción, de burla, de tentación; nace luciferino y se vuelve pícaro, pero siempre es caprichoso e irresponsable, y un seductor arrogante, descarado y escandaloso.