jueves, 14 de febrero de 2013

EL HÉROE LITERARIO MUESTRA EL MUNDO COMO DE VERDAD ES.



Pero el Héroe Literario, de cuya especie vamos a hablar hoy, es en todo producción de los tiempos modernos […]

Con sus derechos o sus tuertos de autor, en su mísera guardilla, con su ropa raída; rigiendo (porque esto es lo que hace) desde su tumba, después de muerto, naciones y generaciones enteras que quisieron, o no quisieron, proporcionarle el pan mientras vivía, ¡hay que confesar que constituye un curioso espectáculo! Pocas formas de heroísmo podían ser tan inesperadas. 


[…] este mismísimo Literato ha de ser considerado como nuestro personaje moderno más importante. Él, sea como quiera, es el alma de todo lo demás. Lo que él enseñe todo el mundo lo hará, lo pondrá en práctica. La manera de comportarse el mundo con él constituye el rasgo más significativo de la situación general del mundo en cada época. Observando bien su vida podremos atisbar, del mejor modo posible para nosotros, en la vida de estos siglos singulares que le han producido y en los cuales nosotros vivimos y trabajamos.

[…]

Fichte, el Filósofo Alemán, profesó hará unos cuarenta años en Erlangen un Curso de Conferencias en extremo notable sobre este asunto: Ueber das Wesen des Gelehrten (Sobre la naturaleza del literato). Fichte, de conformidad con la Filosofía Trascendental, de la cual era ilustre maestro, declara en primer lugar: Que todas las cosas que vemos o realizamos en esta tierra, especialmente nosotros mismos y todos los demás hombres, vienen a ser una especie de vestidura o Apariencia sensible: que debajo de todo esto reside, como su esencia, lo que él llama la “Divina Idea del Mundo”; tal es la Realidad que “se halla en el fondo de toda Apariencia”. Para el común de los hombres no es reconocible en el mundo semejante Idea: viven únicamente, dice Fichte, entre superficialidades, materialidades y apariencias del mundo, no soñando siquiera que debajo de ellas pueda haber algo divino. Pero el Literato es enviado al mundo especialmente para que pueda discernir por sí mismo y ponernos de manifiesto esa misma Divina Idea: a cada nueva generación se manifestará en distinto lenguaje, y él estará entre nosotros precisamente con el objeto de revelárnosla.

[…]

Con frecuencia en nuestra época oímos quejas acerca de lo que llamamos la desorganización en que se halla nuestra sociedad: acerca de los mal que cumplen su misión muchas fuerzas organizadas de la sociedad; de cuántas fuerzas poderosas se ven actuar de un modo ruinoso, caótico, en absoluto desconcertado. Son quejas harto justificadas, como todos sabemos. Pero quizá si miramos a estos Libros y Escritores de Libros, hallaremos en ellos por decirlo así, el resumen de todas las demás desorganizaciones; ¡especie de corazón desde el cual y hacia el cual circulan por el mundo todas las demás confusiones! Considerando lo que los Autores de Libros hacen en el mundo y lo que el mundo hace con los Autores de Libros, podremos decir que tenemos ante los ojos el fenómeno más anómalo que el mundo puede mostrarnos en la actualidad. […]

El Escritor de un Libro ¿no viene a ser como un Predicador que se dirige no a este o a aquel feligrés, en tal o cual día, sino a todos los hombres de todos los tiempos y lugares? No hay duda que resulta importantísimo que este hombre ejecute bien su trabajo entre muchos que lo ejecutan mal; ¡que el OJO no informe mal, puesto que en tal caso todos los demás miembros andarán extraviados!

T. Carlyle (1795-1881), “Disertación quinta: el Héroe Literario. Johnson, Rousseau, Burns”, en Los Héroes, Luis Miracle Editor, Barcelona, 1938, pp. 197-202.

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