domingo, 24 de marzo de 2013

DESENLACES



1º. Desenlaza al menos uno de estos nudos.


NUDO B:
Y sólo entonces comprendo que es él, el hombre que me espera en el salón, mi amigo, mi compañero, el padrino de mi hijo. Es él. Él mató al sargento Díez, y a Taboada. ¿A cuántos más? Mi mujer y mi bebé duermen arriba, a dos metros y medio de mi pistola. En la cocina sólo hay un cuchillo con el filo tosco, una botella de vino y el sacacorchos que aprieto en mi mano. Pienso. Intento hacerlo rápido. Pero oigo sus pasos acercándose.

Parece como estas películas que dan un giro inesperado al final y piensas que te están tomando el pelo, pero la revisas y, efectivamente, todas las pruebas estaban ahí desde el principio. Todo encaja. Y entonces no sabes qué te jode más: que el hombre que podría ser tu hermano es un asesino, o que todo haya pasado delante de tus narices. ¿Pero sabes eso que dicen de que en la ignorancia está la felicidad? Pues no hay nadie más ignorante que yo.

—¡Ah! Estas ahí, ¿quieres copa o vaso para el vino?



ALEJANDRO GALVÁN PADILLA



Piensa, piensa, piensa. Comparado con él yo siempre fui enclenque; no tengo ninguna posibilidad de quitarle el arma. Oigo como me llama y maldigo para mí mismo porque tendría que haberlo sabido.

Cierro los ojos y suspiro hondo. Abro el grifo del agua caliente. Desecho lo demás, salvo la botella. Escojo una de las caras y la llevo al grifo. Cuando está justo a mi espalda con la mano —lo sé— sobre el arma, le tiro el agua a los ojos y luego golpeo hasta que deja de moverse.

El llanto del bebé se oye sobre el ruido del grifo. La pesadilla ha terminado.

JOSÉ FANJUL ALEMANY



—¿Te ayudo con la bebida?

Me estremezco sólo de oír su voz, está hablando desde el marco de la puerta. Me pongo cada vez más nervioso. Voy a morir aquí, junto al microondas nuevo y después asesinará a mi familia. Casi no puedo respirar, ni pensar con claridad. Empiezo a verlo todo borroso. La boca me sabe a cobre. ¿Qué es ese tirón que siento en el brazo izquierdo? Hostia, un infarto.

LEYRE MURUGARREN ROMERO


NUDO C:
Pasa la mano por el espejo y se ve, cada vez más cansado. Vacía el tubo de espuma en la mano  y se pinta la barba. Empieza a afeitarse. Detrás de él ella se desnuda y entra en la ducha. Se corta con la cuchilla debajo de la nariz. Se echa agua en la cara. El espejo se ha vuelto a empañar, vuelve a pasar la mano, coge un trozo de papel higiénico y tapa la herida con él. Ella le pide que le alcance una toalla y sale de la ducha. Se miran en el espejo, se miran a los ojos a través del espejo. Hasta que entran ellos y el espejo vuelve a empañarse.

Son sus ojos los que le descansan, la calidez de su cuerpo ya húmedo. El aroma de vainilla de su gel diario y su caprichoso beso. Y fue entonces cuando los upo. Es ella, no quiere a nadie más. Que solo ella empañe mi vida.

ANA FUERTES VALLÉS



Sus siluetas toscas y difusas, fusionadas como un siamés por su misma tonalidad tras el vaho permanecen quietas y sin decir palabra. Entonces ella enciende el secador y él una vez más la mano por el espejo, rompiendo su unidad, volviendo a ser dos vidas ajenas con su soledad, a pesar de compartir el mismo baño, a pesar de mirarse y encerrarse en el mismo espejo cada mañana.

LUCAS MALCORRA GAZTAMINZA


3º. Escribe una última frase para al menos uno de estos microrrelatos.

Una anécdota persa muy antigua muestra al narrador como un hombre aislado, de pie en una roca cara al océano. Cuenta sin descanso una historia tras otra, deteniéndose apenas un momento para beber, de vez en cuando, un vaso de agua.
El océano, fascinado, lo escucha en calma.
Y el autor anónimo añade:
—Si un día el narrador callase, o si alguien lo hiciese callar, nadie puede decir lo que haría el océano.

De cara al océano, Jean-Claude Carriére
Porque no habría nadie para verlo.

MARÍA SEGURA USÚA





Pero ese día llegó y el océano habló, y en todo el mundo se oyó.



CLAUDIO SOTO H.





Justo en el instante en que él se estaba afeitando, ella se duchaba.
Justo en el instante en el que ella se maquillaba, él leía el periódico.
Justo en el instante en que él estaba desayunando, ella guardaba sus papeles.
Justo en el instante en el que ella empacaba su almuerzo, él acariciaba su gato.
Justo en el instante en que él daba instrucciones al portero, ella tomaba su café.
Justo en el instante en el que ella salía de la casa, él cogía las llaves del carro.
Justo en el instante en que él pasaba con su carro, ella cruzaba la calle.
 Casualidad, Ángela Adriana Rengifo

Justo en el instante que él solo pensaba en ella, ella leía las cartas que él le escribió.



BEATRIZ ARIZTIA ETXEBERRIA



Justo en el instante que él nacía en el hospital, ella era enterrada en el panteón familiar.

CÉSAR RINA SIMÓN



“Por fin coincidimos”, pensaron esta vez al unísono justo en el instante en el que él le atropella a ella.

FERNANDO MARTÍNEZ



Justo en el instante en el que ella exigió el divorcio, él escuchaba música en sus cascos.

SANTIAGO GONZÁLEZ BARROS


Los veinticinco microrrelatos que integran este librito son combinaciones de cien palabras. Usted dirá, y a quién le importa cuántas palabras tiene un relato. Yo le diré que la exactitud es un mérito. Usted me replicará que quiere leer textos buenos, no textos exactos. Yo le diré que es difícil dictaminar la bondad o maldad de un texto, en cambio, es fácil contar la cantidad de palabras. Usted alegará que no quiere comprobar, que quiere leer, simplemente leer. Yo le diré que entiendo su lógica, pero que nuestro diálogo debe terminar porque ya hemos empleado cien palabras.
Al incontable lector, Fabián Viqué

Puedo, si me empeñó, concederle ciento seis.

JOSÉ FANJUL ALEMANY

Y lo estropearé si añado estas siete.

MARÍA SEGURA USÚA


*Textos elaborados por los participantes del Taller de Escritura Creativa durante la 6ª sesión.





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