lunes, 14 de marzo de 2011

EL GENIO ROMÁNTICO.

Es tarde, pasada la medianoche. El 25 de abril, la fecha de la declaración de guerra, un día tan emocionante para la ciudad de Estrasburgo, ha tocado a su fin. En realidad, ya ha empezado el 26 de abril. Sobre las casas reina una oscuridad nocturna, pero es una oscuridad engañosa, pues la ciudad aún vibra de excitación. […]
También Rouget, que acaba de trepar por las escaleras hasta su modesto cuartucho del número 126 de la Grande Rue, se siente extrañamente emocionado. No ha olvidado su promesa de intentar escribir un himno bélico para el ejército del Rin. Inquieto, camina de un lado a otro por su estrecha habitación. ¿Por dónde empezar? ¿Por dónde empezar? Aún vibra en su cabeza el caos de los enardecidos llamamientos de las proclamas, de los discursos, de los brindis. “Aux armes, citoyens!... Marchons, enfants de la liberté!... Écrayons la tyrannie!... L’étendard de la guerre est déployé!...” Pero recuerda también otras palabras que ha escuchado al pasar. Las voces de las mujeres, que tiemblan por sus hijos. La preocupación de los campesinos porque los campos de Francia puedan ser pisoteados y abonados con sangre por las cohortes extranjeras. Medio inconsciente, escribe las dos primeras líneas, que no son más que un eco, una reverberación que reproduce esos gritos.

Allons, enfants de la patrie,
le jour de glorie est arrivé!

Después se detiene y se queda desconcertado. No suena mal. El principio es bueno. Ahora sólo falta encontrar el ritmo adecuado, la melodía para esas palabras. Saca su violín del armario. Ensaya. Y es milagroso. Ya en los primeros compases el ritmo se ajusta perfectamente a las palabras. A toda prisa sigue escribiendo, ahora ya transportado, ahora ya arrastrado por la fuerza que alienta en él. Y todo se agolpa de una vez. Todos los sentimientos que en ese momento se han desatado. Todas las palabras que ha escuchado en la calle, durante el banquete. El odio a los tiranos. La angustia por la tierra natal. La confianza en la victoria. El amor a la libertad. Rouget no necesita improvisar ni inventar, sólo rimar, conferir el ritmo arrebatador de su melodía a las palabras que hoy, en ese día único, han pasado de boca en boca. […] Tal vez él mismo no lo oiga, ni siquiera su propio oído despierto, pero el genio del momento, que en aquella noche única se ha alojado en su cuerpo mortal, le ha escuchado a él. Y la melodía, cada vez más dócil, obedece a ese compás machacón, jubiloso, que es el latido de todo un pueblo. Como bajo un ajeno dictado, Rouget escribe con precipitación, cada vez con mayor precipitación, las palabras, las notas. Le ha sobrevenido un ímpetu que repercute en su alma estrecha y burguesa como ningún otro hasta ahora. Una exaltación, un entusiasmo que no son suyos, un poder mágico, concentrado en un único y explosivo segundo, arrastra al pobre diletante muy por encima de sus propios límites y, como un cohete, lo lanza ―por un instante, luz y llama resplandeciente― hasta las estrellas. Durante una noche, al capitán Rouget de Lisle se le concede formar parte de los inmortales. […]
Rouget apaga la luz y se echa sobre la cama. Algo, no sabe el qué, le ha elevado a una lucidez hasta entonces nunca experimentada por sus sentidos. Algo le lleva ahora a desplomarse en un apático agotamiento. Duerme con un sueño pesadísimo, que se parece a la muerte. De hecho, el creador, el poeta, el genio ha muerto de nuevo en él. Pero sobre la mesa, desligada del durmiente, al que en realidad ese milagro le ha sumido en un sagrado éxtasis, se encuentra la obra acabada. En la historia de todos los pueblos difícilmente se habrá repetido el que a una canción se le haya puesto música y letra con una rapidez y perfección semejantes.

S. Zweig, “El genio de una noche”, en Momentos estelares de la humanidad. Catorce miniaturas históricas, Acantilado, Barcelona, 2006, pp. 125-128.




1 comentario:

  1. Me ha encantado toparme con tu blog. No es fácil encontrarlos de este tipo. La lástima es que no tienes clases directas on line, pero podré aprender mucho de tus entradas.
    Hasta la vista

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