Pero el Héroe
Literario, de cuya especie vamos a hablar hoy, es en todo producción de los
tiempos modernos […]
Con sus
derechos o sus tuertos de autor, en su mísera guardilla, con su ropa raída;
rigiendo (porque esto es lo que hace) desde su tumba, después de muerto,
naciones y generaciones enteras que quisieron, o no quisieron, proporcionarle
el pan mientras vivía, —¡hay que confesar que constituye un curioso espectáculo!
Pocas formas de heroísmo podían ser tan inesperadas.
[…] este
mismísimo Literato ha de ser considerado como nuestro personaje moderno más
importante. Él, sea como quiera, es el alma de todo lo demás. Lo que él enseñe
todo el mundo lo hará, lo pondrá en práctica. La manera de comportarse el mundo
con él constituye el rasgo más significativo de la situación general del mundo
en cada época. Observando bien su vida podremos atisbar, del mejor modo posible
para nosotros, en la vida de estos siglos singulares que le han producido y en
los cuales nosotros vivimos y trabajamos.
[…]
Fichte, el
Filósofo Alemán, profesó hará unos cuarenta años en Erlangen un Curso de
Conferencias en extremo notable sobre este asunto: Ueber das Wesen des
Gelehrten (Sobre la naturaleza del literato). Fichte, de conformidad con la
Filosofía Trascendental, de la cual era ilustre maestro, declara en primer
lugar: Que todas las cosas que vemos o realizamos en esta tierra, especialmente
nosotros mismos y todos los demás hombres, vienen a ser una especie de
vestidura o Apariencia sensible: que debajo de todo esto reside, como su
esencia, lo que él llama la “Divina Idea del Mundo”; tal es la Realidad que “se
halla en el fondo de toda Apariencia”. Para el común de los hombres no es
reconocible en el mundo semejante Idea: viven únicamente, dice Fichte, entre
superficialidades, materialidades y apariencias del mundo, no soñando siquiera
que debajo de ellas pueda haber algo divino. Pero el Literato es enviado al
mundo especialmente para que pueda discernir por sí mismo y ponernos de
manifiesto esa misma Divina Idea: a cada nueva generación se manifestará en
distinto lenguaje, y él estará entre nosotros precisamente con el objeto de
revelárnosla.
[…]
Con frecuencia
en nuestra época oímos quejas acerca de lo que llamamos la desorganización en
que se halla nuestra sociedad: acerca de los mal que cumplen su misión muchas fuerzas
organizadas de la sociedad; de cuántas fuerzas poderosas se ven actuar de un
modo ruinoso, caótico, en absoluto desconcertado. Son quejas harto justificadas,
como todos sabemos. Pero quizá si miramos a estos Libros y Escritores de Libros,
hallaremos en ellos por decirlo así, el resumen de todas las demás
desorganizaciones; —¡especie de corazón desde el cual y hacia el cual circulan
por el mundo todas las demás confusiones! Considerando lo que los Autores de
Libros hacen en el mundo y lo que el mundo hace con los Autores de Libros,
podremos decir que tenemos ante los ojos el fenómeno más anómalo que el mundo
puede mostrarnos en la actualidad. […]
El Escritor
de un Libro ¿no viene a ser como un Predicador que se dirige no a este o a
aquel feligrés, en tal o cual día, sino a todos los hombres de todos los
tiempos y lugares? No hay duda que resulta importantísimo que este hombre
ejecute bien su trabajo entre muchos que lo ejecutan mal; —¡que
el OJO no informe mal, puesto que en tal caso todos los demás miembros andarán
extraviados!
T. Carlyle
(1795-1881), “Disertación quinta: el Héroe Literario. Johnson, Rousseau, Burns”,
en Los Héroes, Luis Miracle Editor,
Barcelona, 1938, pp. 197-202.
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