De un lado,
tenemos a Kafka y Max Brod, que protagonizaron una de las amistades literarias
más sonadas. Se vieron las caras por primera vez cuando Kafka asistió a una
conferencia que dictaba un tal Max Brod sobre Schopenhauer; allí nació una
fraternidad que traspasaría los límites de la muerte. Brod se convirtió pronto
en espejo de Kafka, en su acicate, en el compañero que lo espoleaba y animaba a
publicar, hasta el punto de que, después de la muerte de Kafka, y aunque este
le rogó que quemase todos sus manuscritos, los conservó y los llevó a la
imprenta. Brod, como le había ocurrido a Boscán con Garcilaso, quedó a la
sombra de Kafka, pero ha pasado a la historia como su biógrafo oficial, su
albacea literario y amigo incondicional.
Esteban,
A. y Gallego, A., De Gabo a Mario, Espasa,
Madrid, 2009, p. 105.
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