[…] Pero el novelista histórico toma los ingredientes que le son
útiles de la poesía y de la historia. De la segunda recoge la sugestión de un
viaje al pasado colectivo, que es un peculiar modo de exotismo, pero también la
poderosa impresión de volver a contar un destino que se ha cumplido: el lector
de un relato histórico sobre Juana de Arco sabe, de sobra, que su heroína
morirá en la hoguera y el que aborde una novela cuyos protagonistas sean
caballeros templarios conoce que su final será forzosamente poco halagüeño,
como lo sabe el que perciba que una parte de sus personajes predilectos se han
embarcado en un barco que se llama Titanic. […]
De algún modo, pues, la novela histórica hereda las convenciones de la
tragedia: sus habitantes están en libertad provisional hasta que sobre ellos se
cierna el final inexorable, el que ya está escrito.
José-Carlos Mainer, La escritura desatada, Temas de hoy,
Madrid, 2002, p. 225.
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