Todas las biografías son
inventadas.
Podemos conocer los
acontecimientos de la vida de una persona, pero no las razones ni sus
casualidades. Sin embargo, la biografía, como todo discurso, tiene éxito en
cuanto relato lógico y verosímil. Evidentemente la verosimilitud en una
biografía está reforzada por la realidad: el biografiado existe y los datos más
importantes de la biografía pueden ser probados. Pero una biografía no es una
crónica, de hecho la biografía se constituye como la promesa de contarlo todo
de una persona. Uno cree conocer la vida de Rafael Nadal, la tutela de su tío,
el divorcio de sus padres, las veces que se ha roto no se qué tendón, las veces
que ha ganado tal torneo, los set que ha jugado, los juegos que ha ganado; pero
si se publica una biografía damos `por sentado que lo que encontraremos con su
lectura es la melodía entre datos biográficos. ¿Es posible? ¿Puede el biógrafo aspirar
a razonar la vida de su biografiado? Sí, a razonar sí, a explicarla también, y
logrará ser convincente. Pero lo que reproducirá no es la melodía, sino la
armonía, la concordancia entre tal y cual dato biográfico. Por supuesto,
recurrirá a terceras personas buscando la máxima objetividad, confiará la
verdad al amigo íntimo, a la madre, al amante con el que únicamente era “él
mismo”, y si se contradicen, apostará por uno u otro: ¿qué tiene más valor, qué
punto de vista resulta más fidedigno, el de la mujer o el de la amante? Sea
cual sea, el biógrafo lo tiene que tener muy claro: primero, no hay que
profundizar mucho, y segundo, o cumples con las expectativas del lector o las
rompes de cuajo.
En el primer caso el mejor
ejemplo es el de Echenoz que convierte a Emil Zápotec Joseph Maurice Ravel y
Nicola Tesla (Correr, Ravel y Relámpagos, respectivamente, todos ellos en Anagrama) en personajes literarios precisamente
por superficial y ligero. En el segundo caso hablamos de otros géneros: una laudatio, una vituperatio o escritura amarillista, oportunista, no sigo, que me
pierdo.
Me parece a mí que el buen
biógrafo, el que dota de sentido este género, es aquel que convierte a la
persona biografiada no en un personaje, sino en un tema, en una tesis, y que
hace actuar esa tesis en otros lugares, en otras épocas, que lo
descontextualiza, que lo desencarna para volverlo alma. La Folie Baudelarie de Roberto Calasso. Repito. La Folie Baudelarie de Roberto Calasso.
Y esa cita de Baudelaire que transcribe al inicio: “Pido a todo hombre que
piensa me muestre lo que subsiste de la vida”.
Si el escritor puede hacer de un
personaje real y célebre literatura es así. Calasso que es erudito, editor y
artista lo escribe: “Innumerables han sido los intentos de someter a Baudelaire
a una disección psicológica. Indefectiblemente torpes e inoportunos. La
psicología se detiene antes de la literatura, y Baudelarie había ido más allá
de la literatura” (p. 93).
Por eso la biografía de un
escritor ficticio. Porque inventarse un escritor es encarnar una idea acerca de
qué es o podría ser, o debería ser, o debería no ser, la literatura. No hay
poética más real que la que se ejecuta, ni más verosímil que la que se encarna.
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