Como todo movimiento
literario y artístico el Modernismo se nutre y configura de la experiencia de los escritores —experiencia
de vida y cultural y artística—, en todo caso ignota y subjetiva. De aquí que
cualquier sistematización resulte
contranatural, y ¡tan cultural!
Para el escritor,
comprender la poética de cada movimiento poético, de cada género y de cada
mitología, es conocer su caja de herramientas. Hablo de comprender, también de reinterpretar,
de reciclar e incluso de correr en el sentido contrario, evitando siempre pisar
donde otros escribieron la huella (no me voy a morder la lengua que Machado —de
niño modernista— merece siempre ser
recordado en sus momentos más inspirados: “al andar se hace camino,/ y al
volver la vista atrás/ se ve la senda/ que nunca se ha de volver a pisar”, Proverbios y cantares, XXIX). Para
conectar con el mayor número posible de lectores el escritor debe echar mano de
todas las armas, de todos los significados; y así, estudiar poéticas antiguas
no es un ejercicio de historiografía literaria, no es arqueología, sino progreso.
Los críticos acusan los
movimientos artísticos desde la intuición de que hay una diferencia cualitativa
entre las formas antiguas y las nuevas. Enumerar estas diferencias es un
ejercicio legítimo y justificado que no sólo caracteriza los movimientos sino
que además reconoce la originalidad y la potencia creativa del artista.
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